A estas alturas de temporada, creo que ya puedo decir que hay una seria, una profunda diferencia entre la visión que tiene el técnico de la UDA acerca de los partidos en los que su equipo pierde y la mía.
Soy consciente de que lo más normal es que la visión correcta sea la suya y sea yo el que perciba una sensación distorsionada de esas derrotas rojiblancas, porque además esas diferencias no son ni mucho menos ligeras, sino rotundas y contundentes.
Una discrepancia que no se produce cuando el equipo gana o despliega un juego brillante. Entonces, Rubi y yo solemos estar de acuerdo, solemos recibir las mismas impresiones acerca de lo que ha pasado sobre el terreno de juego, muy al contrario de lo que sucede en las derrotas o incluso en los partidos grises de este equipo.
El viernes, mi visión del encuentro se concreta en que la UDA no mereció mejor resultado que la derrota y que el encuentro se desarrolló conforme a los cánones que había trazado y marcado el técnico del Éibar, Gaizka Garitano, en un sentido frontalmente contrario a lo planificado por el entrenador rojiblanco.
Así, durante la primera parte, cuando los armeros necesitaban perforar la portería de Fernando, la UDA no pasó de ser un equipo a la defensiva, que en algunos tramos sufrió sangre, sudor y lágrimas para pasar de mediocampo, que vio transcurrir períodos de hasta cinco minutos sin apenas poder tocar la pelota y que tuvo que hacer frente a varias ocasiones de gol claras del rival, varias de ellas milagrosamente salvadas por el mejor jugador del equipo en tal cita, el meta Fernando.
Y luego, en la segunda parte, con un equipo rácano en lo ofensivo como es el Éibar por naturaleza, Garitano consideró oportuno regalarle la pelota al Almería, circunstancia muy diferente a lo que había ocurrido una semana antes en el Almería-Las Palmas, cuando fue el equipo canario el que, con su juego, ímpetu y empuje, le había arrebatado el cuero al cuadro almeriense. En esta ocasión, en Ipurúa, el dominio de pelota de la UDA se debió simplemente a que el Éibar bajó su ímpetu de la primera parte y se dedicó a defenderse, en la mayoría de los casos con mucha comodidad y sin sufrir absolutamente nada.
En contraposición a esta visión mía del partido, Rubi relató en sala de prensa que el partido había tenido un tiempo para cada equipo, que en la segunda mitad la UDA había merecido más y había podido empatar y que el choque había resultado equilibrado.
Repetiré otra vez que soy consciente de que, dado el mayor conocimiento del juego que Rubi tiene con respecto a mí, pero no por poco sino a años luz, la visión más correcta debe ser la suya, pero por más que veo y analizo el partido, realmente no logro convencerme de que las palabras y el análisis de Rubi es el correcto y que el mío no es más que el fruto de una obtusa noche otoñal, en la que sin haber probado ni gota, mi visión se confundía como víctima de un sueño etílico.