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BLOG #BarraLibre: Miedo

BLOG #BarraLibre Miedo, por Javier Montoya Lozano, Marqués de Huebro

BLOG #BarraLibre: Miedo, por Javier Montoya Lozano, Marqués de Huebro. 

Me dan miedo las decepciones. Es a lo que más temo si exceptuamos el hecho de carecer de esas tres cosas que decía la canción que había en la vida: salud, dinero y amor. Que te falte alguna de ellas quizá no te haga alcanzar la alegría completa, así que no quiero ni pensar en si te falta la Santísima Trinidad de la felicidad. La gente que va sin miedo por el mundo me da envidia por un lado y pena por otro. Porque yo no podría dejar de temer por completo y porque creo que quienes lo hagan se llevarán al final un buen chasco.

Como el que se han llevado muchos con el Fuenlabrada, ese equipo tan simpático que le puso el nombre de Fernando -el Niño- Torres a su estadio y lo estaba haciendo tan bien tras el confinamiento, tanto que estaba sexto y en disposición de optar al ascenso. Así encaraba la última jornada en Coruña, hasta que saltó la sorpresa y estalló la bomba informativa, que diría SuperGarcía. Lo demás, casi una semana después, va dando cada vez más miedo.

Miedo ante todo por la salud de la gente, en este caso todos los infectados. Miedo porque es sólo un ejemplo de lo que ha pasado, pasa, puede pasar, pasará y seguirá pasando en Galicia, Cataluña, Madrid o la misma Almería, que era una de las provincias andaluzas menos afectadas hasta junio y la situación ha dado la vuelta, un temible vuelco que hace temer un verano duro.

Al Fuenlabrada sólo le deseo miedo. Todo lo mejor para sus jugadores y afectados en general, mucha salud. Pero que se queden solos en su imprudencia, que caiga sobre el club el peso de la ley y prospere toda denuncia y queja, por lo civil o criminal, de otros clubes en lo deportivo y del Ayuntamiento coruñés en lo penal. Que su falta de ética no quede impune y su sensación de abandono sea total, como cuando eras niño -pequeño, no como el eterno Torres- y temías a la oscuridad. Llegabas a casa una noche de verano, bien cansado y hambriento tras jugar con tus amigos, cerrabas con llave y llamabas a tus padres: “¿Mamá? ¿Papá?”; nada, sólo silencio y el rechinar de puertas y ventanas. Sólo ante el peligro, por llegar tarde sin avisar. Por tonto.

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