Hay alegrías que hieren. Y no debería ser así; ¿cómo podemos sentirnos ofendidos ante alguien que se muestra alegre? La felicidad debería ser incondicional, pero es que es imposible. Lo que para algunos es natural, para otros es sorprendente. Lo que para unos es alegre, para otros puede ser infausto. Es paradójico, como la vida. Por ello, a quien abandonó taciturno el Juegos Mediterráneos el domingo le molesta que otros lo hagan con una sonrisa en los labios. Más aun cuando estos son los culpables directos de su negatividad emocional.
Hay alegrías que deberían ser llevadas en privado. Como digo y defiendo, entiendo que para el futbolista profesional un partido es simplemente un día más en la oficina. Entiendo que para ellos el perder o ganar es una consecuencia más de su profesión. Los entiendo. En ocasiones, cuando he hablado con amigos que se dedican a esto como forma de vida, me han comentado que al llegar a casa ni les apetece ver un partido en la tele, que para ellos es su trabajo. Y, hasta ahí, mi comprensión. El problema va más allá.
El fútbol es un deporte que vive de lo externo. El dinero que se mueve en él, que es mucho, excesivo, lo ha convertido en un negocio donde la pasión y el interés económico conviven con poco éxito. Ahí es donde viene la herida. Ellos, los jugadores, han de entender que en la grada hay personas que pagan por verlos. Que pagan con la ilusión de que su equipo, sus símbolos, sus colores, lleguen a lo más lejos. Hay que entenderlos a ellos y su profesión, pero, ¿quién entiende al aficionado? ¿Quién comprende que sin la pasión del de fuera el fútbol no sería lo que es?
Por ello, permitid mi opinión, siempre desde el respeto; no me parece apropiado que alguien, tras el paso de gigante hacia el descenso que el Almería dio el domingo, pueda abandonar el césped sonriendo o, peor aun, pasar ante los aficionados que -erróneamente- les increpaban en la puerta con gesto guasón. No, señores, no. Ustedes están aquí porque hay 13.000 personas en las gradas. Ustedes están aquí porque hay varias decenas de miles de almerienses que os siguen, a su manera, cada semana. Respeto es lo mínimo. Porque sí, es su negocio, pero también es la pasión de algunos.