Es la calidad un bien cotizado sobre un terreno de juego en general, y en Segunda División en particular. Vivimos en una categoría en la que manda el patadón, la contención, las defensas aguerridas, los achiques de espacio, el ataca tú que a mí me da la risa y una media de jugadores considerados especialistas; especialistas sobre todo en hacer que se juegue lo menos posible.
Y en mitad de toda esa mediocridad, entre todo ese oscurantismo balompédico, muy de vez en cuando se hace la luz, para dar paso a un tipo de futbolista capaz de levantar la cabeza cuando tiene el balón en los pies, con criterio para dibujar con la bota un pase mágico donde los demás sólo ven bosques de piernas, con solvencia para indicar a sus compañeros por dónde pueden romper las defensas rivales para encontrar el balón donde antes sólo ha estado su propia imaginación, con criterio para dar la vuelta sobre sí mismo y buscar el desmarque del compañero más lejano, con descaro para intentar lo que otros ni tan siquiera sueñan.
El Almería tiene la suerte, la enorme suerte o el acierto y visión de contar en sus filas con un futbolista así, un pelotero llamado José Pozo, que un buen día dejó las playas de La Victoria, el pescaíto de El Tintero, el jolgorio de la Calle Larios y la magia de La Rosaleda para plantar sus reales en el sobrio y gris Mánchester y vestir la camiseta de un viejo club inglés venido a más gracias a la llegada de los petrodólares.
Del sopor británico lo sacaron Alfonso García y Alberto Benito este verano, para devolverlo a la auténtica Costa del Sol, donde después de meses de volver a encontrarse, ante la incomprensión de técnicos que se cegaron con sus hándicaps y no supieron rascar hasta darse de bruces con sus virtudes, hoy ha florecido como la inteligencia más fulgurante del plantel rojiblanco.
Pozo es un tipo que se divierte jugando a fútbol, que hace que sus compañeros se lo pasen bien y sean mejores jugadores y, sobre todo, que hace que el aficionado se reconcilie con el fútbol, incluso en Segunda División.
El Almería tiene, con Pozo, la brújula que un buen día debe devolverle a más dignos territorios futbolísticos. Dios salve a Pozo.
