Alguien podrá pensar que el término es muy duro, aunque yo me pregunto: ¿Se os ocurre algún otro calificativo para los dos paisanos que, el otro día, después del ‘Clásico’, a altas horas de la madrugada, esperaron a los jugadores del Madrid a la salida de Valdebebas, para insultarles y golpearlos en el coche?
Habréis visto el vídeo, supongo. Eran las tantas de la madrugada, cuando estos auténticos ceporros del deporte se apostaron en la rotonda que hay a la salida de la Ciudad Deportiva del Real Madrid, para lanzarse como lobos en celo, como animales, contra los vehículos conducidos por futbolistas del equipo blanco.
Insultos de todo tipo, golpes a las ventanas y a la carrocería de los coches, saltos, aspavientos, hasta que Sergio Ramos decidió parar y bajar la ventanilla. Y ahí vino la explicación de todo: los tipos no eran capaces de encadenar dos palabras seguidas con sentido.
Ayer escuché a uno de ellos, entrevistado en Cuatro. Dice que está arrepentido, que no representa los valores del Madrid y que le pide perdón al club.
A mí, con estas cosas, la gran duda que siempre me queda es qué es lo que le pasa por la cabeza de un tipo para, tras haber visto un partido de su equipo, terminar en esa situación. Es de suponer que el sujeto en cuestión se metió en un bar, pidió una jarra de cerveza bien fría, una tapa de tortilla de patatas y media ración de jamón y queso, vio los resúmenes del partido, llamó a casa para avisar de que llegaba tarde, se pidió un café doble en una gasolinera y se fue de acampada a la puerta de la Ciudad Deportiva. A esperar su oportunidad.
Es de su poner que, cuando viera a la televisión allí, se vendría arriba. Se diría a sí mismo: aquí voy yo a dar la campanada. Verás cómo me van a ver todos mis colegas.
Sinceramente: el deporte es algo muy chulo, apasionante, algo que engancha a quienes llevamos ligados a él desde que casi no teníamos dientes. Pero la verdad es que hay cada melón a su alrededor que a veces se le quitan a uno las ganas.
Ceporros del deporte
